viernes, 5 de julio de 2019

LAS CRÓNICAS DE BRADOMÍN


El mondongo y Paco Rabal



Era viernes, bien entrados los años ochenta, no recuerdo con exactitud la fecha pero era otoño. Había quedado para cenar con Juan Cerdá y su encanto de novia, de la que yo siempre había deseado obtener algo más que una ferviente admiración. Mi amigo era un alquimista de lo inverosimil y con el mismo propósito que yo: triunfar en la vida.
Habiamos quedado en el Gran Vía, donde cenamos, para después tomar unas copas en San Remo y Dickens, hasta que Juan y su novia decidieron irse de discoteca. Por mi parte, continué alternando con algunos conocidos hasta bien pasadas la una de la madrugada; la verdad, no era día de buena pesca. Como tenía por costumbre, siempre y cuando no tuviese otro "compromiso", los fines de semana solía cerrar la velada hasta altas horas en el Stradivarius. Hubiera podido ser un día como cualquier otro entre los habituales del pub. Pero no.
En una mesa baja frente a la barra, dos personas; una de ellas, conocida en el lugar y de la que no me apetece publicitar su nombre en estas lineas, ejerciendo de cicerone;cuidando de que nadie más pudiera disfrutar del singular acompañante.
Vestía el personaje con cierto desaliño: una cazadora de cuero viejo, camisa oscura y cubría su cabeza con una gorra marinera de color azul oscuro. En su rostro tenía más señales que el mapa de la Isla del Tesoro: era Paco Rabal. Pedi la consumición de costumbre y me puse a jugar entre amigos unas copas a los dardos. Transcurrido un buen rato, Pedro, propietario del pub, tomó asiento en la mesa del actor, al tiempo que la cicerone se despedía de aquel con un "nos vemos en Madrid".
Estaba yo en barra pidiendo una copa cuando escuché que desde la mesa alguien me llamaba. "Bradomín, por favor, ¿puedes acercarte?, pidió Pedro. Paco quiere conocerte". "Te estaba viendo en la barra y noté sobre ti el mismo aura de asturiano que mi hermano adoptivo Arturo Fernández, con el que acabo de finalizar una película, dijo Rabal, para remachar: "jamás conocí gente más sincera y leal que la de esta tierra". Total, me invitó a sentarme.
En un monólogo casi permanente, irónico y carente de divismo alguno, fue contando anécdotas de su extraordinaria y perdurable carrera. Recuerdos de amigos, países y directores con los que había rodado: menció especial para Buñuel y Picasso. La noche estaba disparada, cuando al actor se le ocurre decir que tomaría de buena gana un buen chocolate.
Siete de la mañana del sabado en el Tropical. Nutrida clientela, alguno que otro babeante por saludar al artista. Chocolate con churros para los tres, mientras Rabal para acompañar pidió una copa de orujo; pegó dos pequeños tragos de licor vertiendo el resto en el chocolate. No había terminado de preparar el "coupage" cuando exclamó: ¡Anda el saquito con las fabes y el mondongo! No recordaba donde había cenado.
Para finalizar lo acompañamos hasta el Reconquista, todavía aparentaba fresco y pretendía dar cuenta de un continental en el Rey Casto. Durante el trayecto a pie, y por las pistas que nos daba, llegamos a la conclusión de que el trajinado saquito lo había olvidado en Casa Amparo.
Acababa de asistir a un largo y extraordinario "bolero de Rabal". En fin, otro capítulo más que añadir en mi abnegado devenir.



8 de Noviembre de 2015

Los gorgoritos de Los Puritanos


Transitábamos por el segundo lustro de los sesenta del pasado siglo. Había corrido la noche, una más, en compañía de tres buenos amigos: Marquitos Peña, Juacu "El Perru, e Ignacio, este último sin más datos por miedo a represalias.
Habíamos terminado de madrugada en el Yuma. Llegué a casa tan perjudicado que no recordaba si me acosté por mis propios medios o me ayudaron. A Patrocinio, la veterana y fiel empleada del hogaren realidad era otra más de la familia, la tenía en el bote; era mi mejor aliada a la hora de encubrir cualquier desatino del señorito. Recuerdo que eran algo más de las once de la mañan cuando desperté. Estaba solo en casa. "Patro" me había dejado preparado buen dasayuno: jarra de café, dos bollos suizos y un zumo de naranja. En la misma bandeja, una nota: "Bradomín, me gustaría verte antés antes de marcharme a Madrid. Estaré en La Paloma a partir de las dos". Cayo Fontán.
Llegué con puntualidad. Lo encontré en la barra hablando con conocidos. Más elegante que de costumbre. "¿Tienes prisa?, preguntó. "Ninguna", respondí. Tomamos asiento. Pidió un vermú y yo un mosto con gotas de ginebra; convinimos en pedir dos sándwiches para hacer estómago: lo normal en Cayo era saltarse las comidas. Se marchaba a Madrid esa misma noche en el tren expreso. Tenía pensado asistir a tres corridas de San Isidro, además de saludar "a su gente". Charlamos sobre eso y de los chismes que solía contarme mientras dabamos cuenta de los emparedados.
Una vez terminado, Cayo propuso tomar café unos metros más allá, en el Rialto Bar. Al final con copa de coñac incluida. Llevaríamos unos veinte minutos sentados cuando comencé a escuchar que alguien hacía aparatosos gorgoritos, como queriendo aclarar la voz. Venía del fondo. "¡Cayo, que coño pasa aquí!", solté; presto, un camarero se acercó para espetar: se ruega silencio. "¡Sujétate!", me calmá Cayo. "Son I Puritani", me aclaró. "¿Que dices?", repuse. "La tertulia operística Los Puritanos", puntualizó.
Una vez hubo afinado el gargüelo el tipo se arrancó con un aria que no me sonaba; aún así, me pareció muy corta. Conato de aplauso por parte de los asistentes que no fue a más. El espontáneo intérprete cambió impresiones con los contertulios, como queriendo dar tiempo a los neófitos a que asimilaramos la pieza. Realmente me resultaban caras conocidas, aunque sin la certeza de saber quién era quién. Atacó la segunda obra, con más brio y potencia. Cayo acompañaba tecleando con los dedos sobre la mesa. Al finalizar la interpretación, recurrí a la opinión y punto de vista de mi entrañable amigo. Veamos. "Realmente se trata, sin duda alguna, de una voz de tenor. Si bien, su timbre va cayendo en el registtro de barítono. La primera entrada es un aria facilota, dentro de una obra menor, de un Verdi...ya en decadencia. En la segunda, de Tosti, el cantante se encuentra algo perdido, sin recursos para modular los sostenidos y bemoles".
Me quedé atónito por un momento, antes de comentar: "Nada sabía de tu erudición lírica". Cayo se irguió de hombros antes de contestar. "Bueno, en realidad solo son cuatro cosas bien aprendidas, quedan bonitas; suficientes para zanjar
controversias", dijo.



1 de Noviembre de 2015