Los
gorgoritos de Los Puritanos
Transitábamos
por el segundo lustro de los sesenta del pasado siglo. Había
corrido la noche, una más, en compañía de tres buenos amigos:
Marquitos Peña, Juacu "El Perru, e Ignacio, este último sin
más datos por miedo a represalias.
Habíamos
terminado de madrugada en el Yuma. Llegué a casa tan perjudicado
que no recordaba si me acosté por mis propios medios o me ayudaron.
A Patrocinio, la veterana y fiel empleada del hogar—en
realidad era otra más de la familia—,
la tenía en el bote; era mi mejor aliada a la hora de encubrir
cualquier desatino del señorito. Recuerdo que eran algo más de las
once de la mañan cuando desperté. Estaba solo en casa. "Patro"
me había dejado preparado buen dasayuno: jarra de café, dos bollos
suizos y un zumo de naranja. En la misma bandeja, una nota:
"Bradomín, me gustaría verte antés antes de marcharme a
Madrid. Estaré en La Paloma a partir de las dos". Cayo Fontán.
Llegué
con puntualidad. Lo encontré en la barra hablando con conocidos.
Más elegante que de costumbre. "¿Tienes prisa?, preguntó.
"Ninguna", respondí. Tomamos asiento. Pidió un vermú y
yo un mosto con gotas de ginebra; convinimos en pedir dos sándwiches
para hacer estómago: lo normal en Cayo era saltarse las comidas. Se
marchaba a Madrid esa misma noche en el tren expreso. Tenía pensado
asistir a tres corridas de San Isidro, además de saludar "a su
gente". Charlamos sobre eso y de los chismes que solía
contarme mientras dabamos cuenta de los emparedados.
Una
vez terminado, Cayo propuso tomar café unos metros más allá, en
el Rialto Bar. Al final con copa de coñac incluida. Llevaríamos
unos veinte minutos sentados cuando comencé a escuchar que alguien
hacía aparatosos gorgoritos, como queriendo aclarar la voz. Venía
del fondo. "¡Cayo, que coño pasa aquí!", solté;
presto, un camarero se acercó para espetar: se ruega silencio.
"¡Sujétate!", me calmá Cayo. "Son I Puritani",
me aclaró. "¿Que dices?", repuse. "La tertulia
operística Los Puritanos", puntualizó.
Una
vez hubo afinado el gargüelo el tipo se arrancó con un aria que no
me sonaba; aún así, me pareció muy corta. Conato de aplauso por
parte de los asistentes que no fue a más. El espontáneo intérprete
cambió impresiones con los contertulios, como queriendo dar tiempo
a los neófitos a que asimilaramos la pieza. Realmente me resultaban
caras conocidas, aunque sin la certeza de saber quién era quién.
Atacó la segunda obra, con más brio y potencia. Cayo acompañaba
tecleando con los dedos sobre la mesa. Al finalizar la
interpretación, recurrí a la opinión y punto de vista de mi
entrañable amigo. Veamos. "Realmente se trata, sin duda
alguna, de una voz de tenor. Si bien, su timbre va cayendo en el
registtro de barítono. La primera entrada es un aria facilota,
dentro de una obra menor, de un Verdi...ya en decadencia. En la
segunda, de Tosti, el cantante se encuentra algo perdido, sin
recursos para modular los sostenidos y bemoles".
Me
quedé atónito por un momento, antes de comentar: "Nada sabía
de tu erudición lírica". Cayo se irguió de hombros antes de
contestar. "Bueno, en realidad solo son cuatro cosas bien
aprendidas, quedan bonitas; suficientes para zanjar
controversias",
dijo.
1
de Noviembre de 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario